domingo, 28 de noviembre de 2010

¿Cómo escoger a un maestro?

(…)Atroz sociedad en la que has nacido,

lunáticos de una era real ya desaparecida.

Calcula pues el tiempo por lo que eres y haces,

no por las épocas de la guerra que ellos riegan.

Escucha cómo braman, pero no hagas caso.

Nada los cambiará, no dejes que a ti te cambien. Robert Graves. A Lucía al nacer



Después de tanto escándalo sobre los abusos de ciertos maestros en contra de niños y adolescentes la ministra de educación y la directora del ICBF han concluido que se deben ajustar los métodos de selección para el ingreso de profesores a los colegios. Celebro la decisión y la propuesta y quiero reflexionar un poco sobre el tema. Aunque sólo sea para organizar mis ideas.

Lo primero que se me ocurre cuando escucho la propuesta es que, actualmente, en Colombia no es necesario ser licenciado, para ejercer la docencia. Desde hace algunos años, profesionales de todas las disciplinas pueden presentar un examen cargado de conocimientos legislativos, (sobre la ley de educación, la ley del maestro, etc) pero que no tiene forma de medir las cualidades docentes de quien solicita el cargo.

Los profesores que estudian para licenciados no necesariamente son los mas aptos pero, asumo, deben haber logrado un nivel de reflexión mayor acerca de lo que, a lo largo del tiempo, ha significado ser maestro y de lo que connota la profesión en tanto su íntima relación con el desarrollo y supervivencia de las sociedades.



Pero como este es un ejercicio pensemos en lo que deseamos que sea un buen maestro para poder determinar los parámetros que permitan escogerlo.

En su libro “lecciones de los maestros” George Steiner asegura que esta es una profesión en la que lo que prima es el apasionamiento que ejerce querer compartir con otros. Él asegura que los maestros deberíamos pagar por el privilegio de enseñar. Creo que es cierto. ¿Por qué? Porque enseñar es una inclinación. Ahora bien. El apasionamiento del que hablamos aquí tiene que ver con lo esencial del ser humano, con el compartir y con el conocimiento.

Pensemos que el maestro existe aún antes de la existencia de la escuela. En las sociedades fueron primero los maestros que las aulas y antes que las notas, la didáctica, y la preceptiva estuvo el diálogo como esencia de la relación entre un niño y quien lo conducía (pedagogo). Asumamos que para escoger un buen maestro se debe escoger a alguien que “sepa dialogar”. Esto no es poca cosa si lo vemos desde la perspectiva freireana. Nos dice Paulo Freire “Hay seis componente sin los cuales el diálogo no es posible: el amor, la humildad, la fe en la humanidad, la confianza, la esperanza y el pensar crítico. Yo creo que estos son los puntos centrales para escoger bien a un maestro. Veamos:

El amor. Por supuesto no banalizado como en las telenovelas, no entendido exclusivamente como atracción sexual sino como apasionamiento. Es indudable que los seres humanos nos inclinamos a admirar aquello que está vivo, que muestra vitalidad (como lo asegura Erich From) y que esa admiración puede derivar en atracción física. Pero es ese el riesgo que sabrá eludir un verdadero maestro. El estudiante debe enamorarse del cerebro de su maestro y el maestro debe recordar que al comprometerse a formar debe conducir a su estudiante hacia el amor al conocimiento. Así las cosas el maestro es la “encarnación del conocimiento” en aquella etapa en la que se necesita conducir al estudiante al amor por la lectura o por el saber. Esta “encarnación” comporta riesgos pero si se logra llevar por el mejor de los caminos debería derivar en amistad.

La humildad comporta primero una relación con el conocimiento para aceptar que a pesar de ser maestros no sabemos todo y poner en duda sistemáticamente nuestro saber. En este sentido un maestro jamás deja de estudiar y de aprender y esa búsqueda es la esencia de su trabajo pues constantemente renueva su saber y lo hace vital.

La fe en la humanidad tiene que ver con ese requisito roussoniano de la enseñabilidad y la aprendibilidad. Somos humanos y podemos cambiar por medio del conocimiento. Aprendemos aún de modo inconsciente y todos podemos aprender. De ahí que un maestro puede enseñar y transformar.

La confianza es un asunto en doble vía. Para ser maestros necesitamos ganar la confianza y el respeto de nuestros estudiantes. Si los estudiantes no confían en nosotros no podremos enseñarles nada. El acto pedagógico se ve amenazado por la farsa. El profesor finge enseñar, el estudiante finge aprender porque la confianza en el saber, la escuela y los adultos se ha desdibujado con el tiempo. Confiar en el saber y confiar en el estudiante y ,sobre todo, confiar en lo que enseñamos, saber la importancia del acervo cultural y su relación con la solidez de una sociedad, es un requisito para ser maestro.

La esperanza es la quinta regla. Nadie que deje anidar dentro de sí la desesperanza puede llamarse maestro. Un sujeto sin esperanzas se entrega, se rinde a la inacción y no puede resistir. Los maestros de verdad guardan la utopía de que el mundo puede ser mejor. No son tan tontos para desconocer la naturaleza humana y la historia pero conservan el talante para no permitir que el mundo los cambie. sin esperanza es imposible enseñar. No podríamos ir a un aula, enfrentar la cotidianidad, la carga de lo que se repite, e lo que da vueltas en círculo, de las insensateces de lo escolar sumado a lo burocrático.

Por último y envolviendo a todos los anteriores, está el pensar crítico. No basta amar el conocimiento, tener fe en la humanidad y ser parte de la sociedad si no tenemos la capacidad para pensar por nosotros mismos. Los maestros que piensan por ellos mismos, que ejercen esa maravillosa fuerza que es la crítica, forman para la resistencia. La resistencia a los mundos comerciales, a las manipulaciones globales, a las sociedades de las mentiras transparentes. Ya lo apuntó el mismo Freire. Los maestros no formamos para leer libros, enseñamos a leer para que los que se alfabetizan aprendan a leer el mundo.

Es muy difícil medir con un examen a un buen maestro. Por ahora sólo se me ocurre seguir al píe de la letra el planteamiento de Steiner y colocar avisos en los diarios nacionales que digan: Si desea ser maestro de nuestro país haga su solicitud. No se pagará sueldo. Usted deberá cancelar la suma mensual de...

sábado, 6 de noviembre de 2010

COLOMBIA : TIERRA DE OGROS

COLOMBIA: TIERRA DE OGROS

He intentado escribir este artículo tres veces y en todas he terminado escribiendo teóricamente. He hablado de los derechos de los niños, de la inmadurez biológica de las crías humanas,, de la responsabilidad social en el cuidado de los infantes y eso es parte de lo que quiero decir pero realmente no es lo más importante. Cuando era niña leí sobre los ogros, aquellos seres monstruosos, hombres o mujeres que perseguían a los niños para comérselos, para hacerles daño, para matarlos. En una charla con el escritor Pablo Montoya Campuzano él me contó que los ogros eran la representación de los pedófilos feudales. Esos señores dueños de la tierra y los siervos que paseaban los campos buscando niños para hacer de las suyas con ellos. De ese ogro es del que quiero hablar hoy, de ese ser que pervive y que desafortunadamente es real.

Hace tres semanas nos enteramos de los abusos del algunos miembros del ejército colombiano con tres niños campesinos:. Yenny ,Yimmy y Jeferson Una realidad triste y más frecuente de lo que creemos. Un crimen que no despertó el repudio que yo esperaba, que no paralizó la nación, que mereció pocos artículos de opinión y menos voces de protesta. Yo quisiera protestar, quisiera dejar por escrito mi dolor e indignación por un asunto que, creo, nos compete todos como adultos, como parte de una especie.

Creo yo que si los colombianos seguimos como vamos la historia va a recordarnos como el paraíso de los ogros. De por sí ya es vergonzoso tener entre nuestras cédulas la de Luis Alfredo Garavito, no contentos con ello, somos el país que no tuvo los recursos para salvar a Omayra, el país que permite que la pobreza y el resentimiento social fabrique los “baby sicarios” , que se practique el derecho de pernada, que se mal forme al total de los niños con una educación primaria y secundaria pobrísima, relajada e irresponsable.

En Colombia los niños valen poco, las niñas menos, las niñas campesinas mucho menos, las niñas pobres casi nada y podríamos seguir agregando adjetivos porque ser infante en este país es estar expuesto a ser víctima. Nuestros niños nacen en un campo minado, gatean allí y dan sus primeros pasos entre silbidos de balas .Aprenden a imitar el sonido de las metralletas antes que a decir papá y mamá. Lo más triste de esto es que sólo para una población escasa, de niños privilegiados económicamente, esto no es verdad, pero incluso para esos niños de estrato elevado la realidad es agresiva y plena de carencias.



No dejo de pensar en la angustia de esos tres hermanitos, en sus últimos momentos de vida arañando y gritando en contra de un grupo de soldados. No puedo dormir pensando en el desamparo de sus cuerpecitos, en el miedo que produce no sólo saber que se va a morir sino en el ver morir a los que amamos. Nadie ha hablado de eso y tal vez sea porque causa angustia. Imaginar esto, hacer el ejercicio interior de “focalizar” el relato a través de los ojos de catorce o siete o seis años es necesario para dimensionar la magnitud de lo que sucedió.



En este país, acostumbrado a los crímenes sólo nos conmueven las evidencias visuales. Pero nadie tomó fotos de los niños en el momento de su dolor y las pocas que existen nos muestran dos niñitos campesinos tan parecidos a cualquiera (del más pequeño no existe ni siquiera una foto) Esos niños no son Ingrid Betancourt flaca y en posición de nazareno. Son niños que no existen porque nadie ha imaginado su dolor y nadie se ha preguntado qué pudieron sentir. Yo quiero preguntarme así me duela y, me indigne hasta el tuétano. No voy a contar lo que he imaginado, pero hago el ejercicio interno, como una actividad de compasión, en el sentido de intentar sentir al otro. Quedo desolada después de pensar en ellos. Tal vez por eso entiendo el silencio de todos, porque duele mucho. Sobre todo, porque la falta la cometió quien supuestamente está encargado de velar por nuestra seguridad.

He sido maestra por más de 22 años. He estado en contacto con niños y jóvenes y conozco la magnitud del vínculo de un adulto con un niño o un adolescente. Es de tal dimensión e importancia ese lazo que puede transformar para toda la vida a un ser humano. Aún sin palabras, los adultos influimos en los niños y esto es parte de nuestra naturaleza. Estamos diseñados biológicamente para no nacer aprendidos pero para aprender de los otros.

Me asusta que estemos enseñando a nuestros niños a ser ogros pasivos. Porque callarnos frente a este delito, no mostrar nuestra vergüenza es invisibilizar la gravedad del acto. No es suficiente con la condena civil, no es suficiente con la celeridad de la investigación y la destitución de los responsables directos e indirectos. Necesitamos que este asunto nos duela adentro de nosotros, dejarnos tocar como si Yenny ,Yimmy y Jeferson fueran nuestros amigos, nuestros hijos. Desde hoy yo tendré a tres hermanitos muertos y pensaré en ellos con lágrimas. No porque tenga vocación hacia el dolor, sino porque aún tengo vergüenza.