lunes, 18 de abril de 2011

Reflexiones sobre una escupida . Daniel Prieto Castillo

Uno de los maestros más importantes de mi vida como maestra-comunicadora es, sin duda, Daniel Prieto Castillo. Mi amiga Clara Cuervo me envía este texto que refuerza mi idea de que los africanos tienen razón cuando aseguran que para educar a un niño se necesita de todo el concurso de la aldea.O, como aseguraba Napoleón: la educación de un niño comienza 20 años antes de su gestación.
No puedo dejar de pensar en este niño en patineta como otro niño en caricatura,de apellido Simpson, que se ha ido deformando hasta los tristes programas de dibujos animados que validan ese lado oscuro que nos separa de la vida en comunidad por medio del irrespeto y la intolerancia. Un modelo de pensamiento y de humor gringos que hemos asumido pacientemente sin poder siquiera leer detrás de sus líneas.


Reflexiones sobre una escupida . Daniel Prieto Castillo

Diario Los Andes, Mendoza, jueves 19 de febrero de 2009. A partir de una anécdota vivida por sí mismo, el autor de la nota analiza la crisis de la educación formal y sus relaciones con la educación “informal”.


Era la mañana del domingo. Salí a dar vueltas alrededor de la plaza de mi barrio, como trato de hacerlo cada día. Venía por la vereda que da hacia el norte. Adelante, tres chicos de unos 8 o 9 años borboteaban risas. Uno era el centro de la alegría. Corría y patinaba sobre un charco, amenazaba caerse y ganaba la vertical con un salto. El sol bordaba reflejos en el agua y carcajeaba también sobre los cabellos y la piel del crío. Pasé feliz junto a ellos. Si un niño ríe y juega, vivir tiene sentido. Entonces me escupió la cabeza.


He visto por estos atribulados países nuestros, niños de la guerra y de las hambres, de la opulencia y del consumo desenfrenado. He visto niños mendicantes, limpiavidrios, contorsionistas, malabaristas, lustrabotas, vendedores de lo que fuera, incluso de sí mismos. He visto niños de la calle y de las mansiones, de las cosechas y de las limusinas, de la violencia y el abandono frente a quienes crecen acunados por la fortuna. He visto mucho más de lo que hubiera querido ver, pero nunca me había cruzado con un niño capaz de escupir la cabeza de un adulto de mi edad.

Me acerqué indignado. El chico daba la espalda y los otros dos miraban para cualquier parte. “¿Por qué me hiciste eso?” Se volvió hacia mí. Tenía los ojos grandes como soles asustados “Yo no fui, señor”. “Por supuesto que fuiste. ¿Por qué me hiciste eso?” “Yo no fui, señor”, repetía sin bajar la mirada.Había sido él. El salivazo partió de sus labios. Pero ese “yo no fui” me golpeó más hondo que la humillación. ¿Qué camino ha recorrido, vivido, un niño para permitirse tamaña gracia? Como educador, debo preguntar por los aprendizajes que fueron tallando una manera de percibir, de sentir, de ser, capaz de abrir las compuertas para semejante paso.

La clave de ese acto es la educación informal, propia de las relaciones en las que nacemos y crecemos, de la vida cotidiana en la familia, en el barrio, en la ciudad, y también de la oferta de la cultura mediática. La educación informal es la cuna de nuestro ser. Supongamos los aprendizajes de los primeros 20 años de vida de alguien. Supongamos que alcanza a cursar ocho de lo que se llama educación formal. Ellos, llevados a tiempo real, no llegan ni a cinco: nueve meses al año, cinco días a la semana, cuatro a seis horas diarias de clases… Cinco años o menos, entonces; todo lo demás es educación informal.


Mientras él seguía negando con los ojos muy abiertos, me iba ahogando una tristeza sin márgenes. “¿Quién te educó, dije, adónde aprendiste que es divertido hacer esto?” Reiteraba su respuesta: “Yo no fui, señor”. Me alejé. La tristeza pudo más que mi indignación. Se trata, la informal, de una educación profunda, radicalmente personalizada. Nada en ella pasa por los libros o por los conceptos. Se la bebe, vive, de ser a ser, en el día a día, a través de rostros, gestos, miradas, tonos de la voz, palabras, conductas… Pero sobre todo mediante los modelos que ofrecemos los adultos a niños y jóvenes.

Los modelos de la vida cotidiana son de carne y hueso, están ahí, en un juego permanente de cercanías, ya sea en el cara a cara con quienes se crece, o en el otro cara a cara con los personajes de la cultura mediática. Cuna de nuestro ser esos modelos, a través de los cuales podemos heredar lo más digno de otras generaciones, o lo más indigno. La existencia es demasiado compleja como para buscar determinadas causas de un acto puntual. Pero como víctima de esa acción, tengo todo el derecho a preguntar por los modelos sociales cotidianos que alimentaron y alimentan la imaginación, la sensibilidad, los afectos, la percepción, los juegos, los gestos, los actos de ese niño.

Hace unos años escribí: “Toda violencia sembrada en la niñez, fructificará”. Añado ahora: todo culto a la burla y a la farra televisiva, todo alarde de picardía a lo viejo Vizcacha, toda complicidad con grandes o míseros actos de corrupción, todo empecinamiento en una pretendida adolescencia eterna, a los veinte, a los treinta, a los cuarenta años; todo abandono de nuestra responsabilidad de adultos, todo atropello a la convivencia visto como una gracia, toda renuncia de los mayores a educar, toda práctica de pedagogías perversas, fructificarán.

El chico expresaba una razón terrible en sus palabras. Ya comenzaban a madurar en él las tercas huellas del mundo adulto. No volví a verlo. Continúo con mis caminatas. Nadie más me ha agredido. Tal vez fue un solo caso. Un niño no es todos los niños. Desde lo más hondo de mi ser, quisiera creerlo. Daniel Prieto Castillo - Profesor universitario

lunes, 11 de abril de 2011

Historia postmoderna:Había una vez un niño sin Internet




Cuando era adolescente me pasaba horas pegada al teléfono. A un teléfono inalámbrico, negro, de bocina redonda, como de caricatura antigua. Mis otros dos hermanos, también adolescentes, peleaban conmigo el turno para hablar y recibir llamadas. Era realmente incómodo no saber quién llamaba, no tener privacidad y, sobre todo, no tener movilidad. Cuando inventaron el teléfono celular yo fui muy feliz, era una gran idea. Ya no tenía que estar en mi casa esperando a que me llamaran, ahora podía movilizarme. Tenía un número exclusivo para mí, podía hablar y contestar casi en cualquier parte (aclaro que se que hay personas que contestan en cualquier parte).Aún sigo pensando que es un magnífico invento. Creo que si en los años 80 en Colombia hubiera existido este aparato los bogotanos no habríamos sufrido tanto cuando no sabíamos si nuestras familias quedaban en medio de un carro bomba. Recuerdo que en esa época todos, hasta los más independientes salían de su casa y avisaban con lujo de detalles para dónde iban.



Mi tesis de grado, la de pregrado, la hice a mano y en máquina de escribir, al igual que los trabajos para la universidad. Cuando me equivocaba usaba unas hojitas blancas que ponía frente al tipo (la palanquita con la letra) y tipeaba para corregir .Yo tengo una amiga que cuando se equivocaba repetía toda la hoja, yo no era tan perfeccionista. La primera vez que me senté frente a un computador y escribí un poema, para mí fue mágico ver cómo podía organizar los versos, darles forma, revisarlos, cortarlos, trasladarlos, pegarlos, repetirlos. Cuando aprendí a manejar el computador mi producción escrita se disparó. Era genial escribir y revisar e imprimir. Escribí un libro en un mes, pasé mis poemas a formato digital, los reedité. Aprendí a manejar Excel (luego lo olvidé).En fin, me enamoré del los computadores y dejé de lado a mi máquina Olivetti y su hermoso sonido de teclas.



Algún amigo me instaló programas de juegos en el computador, pero no pude con ellos, como no había podido antes con los ATARI. A duras penas juego a acomodar ladrillitos y piedritas pero me tensiono mucho con los juegos de guerra y una vez vi cómo un amigo dejó de dormir por terminar un juego de Age Of Empire. Dicen que las mujeres jugamos menos que los hombres .A mi no me gusta disparar ni virtualmente así que no me interesan mucho los sonidos, sobre todo los sonidos de balas y de muerte y sin sonidos uno no juega bien.Me encanta jugar cartas con mis amigos, charada (porque aunque no lo crean siempre gano), monopolio o cualquier juego de mesa. Me gusta la distracción, la risa compartida y además he jugado incluso cuando la luz se va y tenemos que alumbrarnos con velas ,cosa que no podría hacer con el computador o las consolas de videojuegos.



Cuando llegó Internet, a mi vida regresó el género epistolar, por medio del correo electrónico me comuniqué con amigos lejanos y esa ha sido una maravillosa experiencia. Miles de cartas y notas y palabras han circulado por mi Hotmail y me han entregado noticias buenas y malas. Hasta regalos virtuales he recibido. Mi amiga Ángela me ha enviado una foto tomada por ella (que es la que encabeza esta nota) y me cuenta que persiguió la mariposa sólo para enviarme la imagen.



No voy a dejar de mencionar a los buscadores, la navegación y los portales de la web. Para mí ,que aprendí a leer en enciclopedias, Internet es eso, una mega enciclopedia y disfruto mucho leyendo y ahora con el blog, escribiendo. No puedo medir la enorme cantidad de poetas, cuentos, libros, historias y canciones que he leído, escuchado y conocido gracias a Internet .Es indecible la cantidad de aprendizajes sobre el idioma, la escritura, el arte, la biología que he experimentado e estos años. Cuando chateo escribo toda la palabra, no uso emoticones, a veces me valgo de interjecciones y termino llamando a la persona con la que chateo para poder oír su voz, he intentado instalar eskipe pero me da un poco de pereza, no tengo tendencia a ser estrella de las pantallas



Facebook es otro asunto. Como todo en Internet hay que leer la letra menuda de los contratos. A mi me ha servido para contactarme con mi familia y mis amigos. Tengo 36 contactos, todos conocidos y allí pongo mis enlaces favoritos, comparto reflexiones e imágenes. Me meto en las conversaciones y divago un poco. Tengo también un Facebook para mi proyecto de escritura creativa y ha dado resultados pues tiene gran poder de convocatoria. Sin embargo, allí puedo ver cómo algunos exponen su intimidad sin recato o sin medir las consecuencias de lo que publican. He llegado a la conclusión de que esta red explora la tendencia a meterse en la vida de los otros y eso pude ser manipulado para bien de terceros.



Esta semana leí que uno puede aficionarse a Internet tanto que genera situaciones de estrés y ansiedad cuando no está conectado o no tiene teléfono celular. Me asusta un poco, pero no por mí, sino por mis estudiantes que ahora mismo deben estar chateando o mirando las pantallas de sus computadores. Me asusta por los padres que están comprando celulares a niños de cinco y seis años y por los miles de televisores y consolas que ofician como cuidadores de niños de doce y trece años que ya no quieren ir a piscina o a vacaciones en el campo porque allí no hay enchufes para sus juguetes.





Ahora viene la televisión digital, imagino que ésta es a mi televisor, lo que el celular es para mi antiguo teléfono negro. Imagino lo que pasará con una pantalla más en la casa de los jóvenes. Unos jóvenes que leen poco y son tan crédulos que utilizan los super bites que tienen sus utensilios electrónicos para pasar cadenas de oración, escuchar vaticinios sobre el fin del mundo, compartir métodos caseros de planificación familiar, ver videos arreglados que se convierten en éxitos comerciales, consumir pornografía, sacarse la lengua con un emoticón y hacer todo lo que hacíamos cuando esos inventos sólo existían en las historietas de Dick Tracy. Yo, mientras tanto, disfruto de lo que hago con o sin esos instrumentos, porque básicamente es lo mismo: escribir, leer, hablar con mi familia y mis amigos, tomar fotos, escuchar música, estudiar, aprender y divertirme.Sigo siendo la misma con o sin Internet porque tuve la fortuna de nacer antes que estos inventos.Espero que los muchachos de hoy en día no sean de los que se sienten mutilados cuando sus aparatos no funcionan.

lunes, 4 de abril de 2011

La taberna de Platón




No nos digamos mentiras: La promoción automática fue un saqueo a la riqueza intelectual de Colombia.



Hace dos años un estudiante me preguntó en clase si ese Prometeo al que se refería un autor era “el dios de las promesas”, algún otro estudiante, no hace poco, escribió una disertación sobre “la taberna de Platón” y hace una semana un estudiante al escribir un perfil de una de sus profesoras registró que una de las historietas favoritas de ella era “Calvin Klein” . Me han parecido muy graciosos estos apuntes, pero después de la risa viene la preocupación, paso muchas horas pensando que es evidente la degradación de los saberes de los estudiantes colombianos y su debilidad para asumir temas intelectuales o que requieren de pensamiento abstracto.



La primera vez que entré a un salón de clase hace 22 años me encontré con unos niñitos de doce y once años que me preguntaban cosas interesantes, ellos leían. Recuerdo a algunos sentados en las escaleras del colegio leyendo libros de poemas. En esa época trabajaba en un colegio cercano a la Universidad Nacional y me encontraba casualmente con muchos de mis estudiantes en la cinemateca de la universidad. Después de la película discutíamos, analizábamos y disfrutábamos de una charla basada en nuestro amor por el cine. Tengo una hermosa imagen de un jovencito de séptimo grado embebido en la lectura de un libro durante la fila de entrada al colegio. Aún guardo las cartas y los poemas que escribían cuando terminaba el curso.



Ahora, 20 años después, me es difícil sostener una conversación con mis estudiantes. Siento que hay dos idiomas diferentes. Mis estudiantes no van a cine porque no les gusta leer los subtítulos, algunos no leen de corrido y cuando escriben confunden el orden de las sílabas. Casi todos tienen computador pero ninguno lee el periódico. Cuando intento hablar de literatura encuentro que ellos no leen por gusto propio, cuando hablamos de biología descubro que no tienen claros conceptos básicos, mínimos. Es evidente que el sistema escolar formó de modo diferente a estos jóvenes y que el resultado, no fue el esperado. Ahora tenemos a unos muchachos cuyo cerebro ha sido saqueado: no poseen información y menos formación.



Toda mi vida he sido una convencida de que no importa tanto la habilidad cognitiva o inteligencia como la capacidad para disciplinarse y alcanzar una meta. Creo que la inteligencia sin rigor se pierde con el paso del tiempo. En mis clases intento enseñar basada en que mis estudiantes trabajen con esquemas de procesos, esto requiere que ellos revisen más de una vez sus escritos, que estudien de modo independiente , que lean más allá de los tres o cuatro textos asignados en clase, que consulten múltiples fuentes, que relacionen lo leído con los contextos y logren analizar y transponer situaciones. Mis evaluaciones y mis clases están diseñadas para fomentar habilidades de pensamiento. Sin embargo, tengo que reconocer que mi método fracasa y lo hace porque los saberes previos que necesitan mis estudiantes, los más básicos y fundamentales no existen en sus cabeza ni en sus cuerpos, porque estudiar es un asunto de cuerpo y cabeza.



Corporal porque para estudiar se necesita “aquietar” el cuerpo, tranquilizarlo para que encuentre la postura de la lectura, el espacio para la concentración. Ya todos sabemos que no hay espacio sin tiempo y estudiar requiere de un tiempo, de un ritual. Algunos jóvenes que conozco aman la lectura y me gusta preguntarles qué hacen antes de leer. Me cuentan que beben agua, que ponen una música determinada, que escogen un sitio que para ellos es “el sitio”, en fin, poseen costumbres personales, apropiaciones, experiencias que los acercan a la lectura desde la subjetividad y el gusto. Para mí es triste afirmar que la mayoría de mis estudiantes no posee hábitos de lectura. Mientras leen, revisan su correo electrónico, hablan por celular, chatean, ven televisión y escuchan IPOD. La proliferación de aparatos ha dispersado la atención de estos jóvenes al punto que se comportan como si tuvieran TDAH, esa enfermedad del síndrome por déficit de atención e hiperactividad. Internet es un sistema que nos dispersa. Está diseñado para que “naveguemos” en un mar que nos lleva de lo central a lo periférico y nos pierde con “cantos de sirenas” (ventanas que se despliegan, vínculos hipervínculos, videos, comerciales). La mente de nuestros estudiantes tiene el formato de ventanas que se ha instalado en sus cabezas, por ello sufren cuando deben concentrarse en una tarea por mas de quince minutos. Yo puedo leer en computador porque olvido los “otros servicios” y me puedo concentrar, pero incluso, a veces, término haciendo cosas que no quería.



Creo que el asunto no es de inteligencia sino de disciplina. La escuela de los últimos años olvidó formar en la disciplina,entendida como autorregulación. La escuela confundió la personalización con la irresponsabilidad. Pervirtió el concepto de “zona de desarrollo próximo” y el de inteligencia y, además, relativizó hasta desaparecer, los elementos fundamentales de una enseñanza de los mínimos culturales. El esfuerzo quedó relegado en pro de la alcahuetería y la pereza. La mediocridad se convirtió en la medida y los profesores perdieron la esencia de su labor: enseñar a pensar, preparar al estudiante para que con disciplina y trabajo de a su cerebro la forma de sus metas, sueños y aspiraciones. La escuela se convirtió en un “lugar agradable, cómodo, en un mundo de mermelada y miel, como diría Estanislao Zuleta. En el espacio más fácil del mundo, en el reino de la nada”



Y en ese reino se perdió el sentido. En aras de mantener divertidos a los estudiantes los profesores prefirieron leer a Paulo Coello que a Chejov, prefirieron hacer cualquier “actividad“ que sus estudiantes calificaran como divertida y olvidaron que el conocimiento requiere de esfuerzo. En pro del libre desarrollo de la personalidad y del derecho a la educación los profesores quedaron maniatados para realmente formar a sus estudiantes en el esfuerzo, en el trabajo arduo que significa aprender y moldear el cerebro para el conocimiento.La promoción automática pervirtió el rol delmaestro y lo redujo a lo mas triste: Un entretenedor de jovencitos.



Quiero dejar constancia de que me niego a seguir en el juego de alcahuetear a mis estudiantes en su camino hacia la dispersión. Me encanta que usen las herramientas tecnológicas para demostrar hasta dónde llega su inteligencia, no estoy en contra de la creatividad ,pero me niego a que pierdan la mayor riqueza que tienen: sus mentes. Por eso sólo veo los computadores y los aparatos electrónicos como instrumentos pero jamás como sustitutos. Un estudiante no es más inteligente porque tenga mayor capacidad en el disco duro de su computador, un estudiante es inteligente cuando usa su conocimiento para resolver problemas, un estudiantes es más inteligente cuando a pesar de no tener más que un lápiz y un papel puede diseñar, planear, criticar, analizar, proponer y decidir, mientras tanto, para mí cualquier estudiante con computador es sólo un muchacho con un juguete costoso y, a veces, distractor.