sábado, 11 de junio de 2011

Pobre, muy pobre, paupérrimo.






Cada vez somos más pobres. Es una frase que encontramos a menudo en los diarios y allí está relacionada exclusivamente con el asunto de que cada día las personas tenemos menos dinero y la brecha entre ricos y pobres, desde la perspectiva del ingreso monetario, es mayor. Sin embargo, la pobreza, asumida no como falta de dinero sino de condiciones básicas para el bienestar acecha a todos los habitantes del planeta. Sobre todo, porque no hay una sola pobreza sino múltiples expresiones de ella y lo peor; esas pobrezas crecen porque no somos conscientes de ellas.



Hace unos años visité una de las escuelas más pobres del mundo. Había pupitres ,salones, baterías de baños y algunos planes de ampliación de la sede. Había nómina completa de profesores y, aunque estaba situada en una zona deprimida de la ciudad, los niños podían asistir regularmente a clase. Sin embargo, tres acontecimientos que viví allí me hicieron pensar en las condiciones de pobreza extrema de aquella escuela.


La primera sucedió en el descanso de los niños. En aquella escuela estaba presente el programa de “un vaso de leche diaria”. Para muchos de aquellos niños esa era su única comida del día. Los jovencitos hacían fila y recibían la bebida en un vaso mediano y Luego se sentaban en el patio a beber en pequeños sorbos. La imagen me conmovió, sobre todo la de un niño muy pequeño y muy serio. “es buen estudiante - me dijo la profesora que me acompañaba.- está en primero y ya sabe leer Pero es tan pobre que no creo que siga en la escuela. Yo creo que va a terminar cargando bultos en la plaza de mercado. Por eso yo aquí lo consiento mucho, no le exijo porque pobre muchacho”.


Mi atención se concentró ahora en la profesora. Suspiré, cosa que hago cuando debo pensar antes de actuar, y me quedé en silencio porque supe que, en ese momento, ninguna palabra amable saldría de mi boca. En mi visión de mundo la educación es una oportunidad y un factor crucial en la salida de la pobreza extrema. Podría citar millones de casos en los que un niño pobre mejora sus condiciones de vida a través de poder desarrollar su inteligencia en la escuela, aún sin terminar su proceso educativo. Saber leer, saber escribir, sumar, imaginar, proyectar, son habilidades que permiten, si hay la suficiente constancia y esfuerzo, educarse a sí mismo. Para aquel niño el tiempo de permanencia y la calidad de la enseñanza recibida constituiría la diferencia, una diferencia vital. La profesora no podía disminuir la calidad de su enseñanza debido a que esa era quizá la única oportunidad de aquel niño para adquirir destrezas y habilidades que luego le ayudarían a estudiar y leer de modo independiente. Si la profesora no le exigía al niño, si no lo educaba con calidad lo estaba haciendo más pobre aún.


En mi cabeza hay tantas historias de niños autodidáctas que con su propio esfuerzo y una migaja de atención por parte de sus profesores lograron hacer de sus vidas un proyecto mejor del que su condición determinaba. La historia de Marco Fidel Suárez el humilde hijo de lavandera que asistía a clases por las ventanas de los salones de una escuela y llegó a ser presidente de su país. La historia de Joaquin María Machado de Assis , el padre de las letras brasileras que iba a la escuela a vender dulces y en sus descansos hablaba con los profesores. O, de pronto, la del mismo Simón Rodríguez que siendo un hijo expósito, educado en hospicios, llegó a ser el pensador mas importante de nuestro continente y el inspirador de la causa independentista. Esas historias me hacen creer que el camino no es pensar en la pobreza de nuestros estudiantes sino en la riqueza que representa para ellos una educación de calidad.



En aquel lugar “la escuela mas pobre del mundo” había un ánimo desesperanzado. Los maestros no creían en el poder de su labor. Cuando miraban a su alrededor veían lo que no tenían y por ello sentían que todo a su alrededor era carencia. Cuando alguien los visitaba los maestros comenzaban una larga lista de petición de materiales escolares “Nos faltan cuadernos, nos falta material didáctico , no tenemos títeres,” me dijo la profesora de segundo. Yo le dije que podía enseñarle a hacer títeres hermosos y baratos – no tenemos tela ni materiales- me contestó la profe un poco molesta. Le dije que no necesitaríamos tela, pues yo manejaba la técnica del Origami y este se puede hacer con hojas de papel reciclado. Me entusiasmé con la idea de regalarles un curso para todos los profesores, en el horario que ellos quisieran. Creía yo que así tendían títeres siempre que los necesitaran y ,de paso, enseñarían a los niños a ser creativos.


Establecer un horario fue difícil, pero como yo estaba entusiasmada decidí ir a los salones y enseñar a niños y profesores al tiempo. Creía yo, que viendo el entusiasmo de los niños los profesores se animarían. Lo que pasó, en un ochenta por ciento de mis clases fue que los niños se entusiasmaron pero los profesores se fueron del salón y me dejaron sola con los estudiantes. En mi visita vieron la oportunidad de no dar clase y descansar por un momento de su trabajo. En el descanso jugamos con los niños a hacer concurso de aviones de papel y descubrí que algunos sabían figuritas que yo no sabía. Tuve la precaución de enseñar diferentes figuras en cada curso, así, en esa semana, los niños pudieron intercambiar saberes con sus compañeritos de escuela. Mientras plegábamos el papel cantábamos canciones. Claro las canciones eran las que yo sabía.


En uno de esos descansos se me acercó una niñita muy linda .Tal vez de primero o de preescolar. Era de una delicadeza que me impactó. Me tocó el hombro y me dijo al oído “Cántame la canción de la estrellita” . La miré y cumplí su orden sin tener miedo de mi voz ni de la vergüenza de cantar en público. La canción era esa que dice “estrellita donde estas me pregunto que serás, un diamante debes ser di si tu me puedes ver…” una canción que los profesores de mi infancia utilizaban para enseñarnos las escalas musicales. Mientras yo cantaba, la niñita se recostó en mi hombro y luego se sentó a mi lado.

Cuando terminamos el descanso una profesora me dijo: “Doctora usted que se unta que Clarita le habló”. Yo no sabía quién era Clarita. “La niña que estuvo sentada con usted en el recreo”. Le conté lo de la canción. “Es que esa niña no habla con nadie, desde que llegó a la escuela sólo la veo hablar con la mamá y ahora con usted”. No pude evitar aconsejarle a la profesora que cantara mas canciones con Clarita pues era evidente que a la niña le encantaban. “Ay doctora usted es muy soñadora, eso es por la novedad de su visita, mañana ya esa niña no vuelve a hablar con nadie”, me dijo la profesora mientras cerraba la puerta de su salón y, por ese día, mis esperanzas.

Unos meses despues visité una escuela muy rica. Allí no había pupitres ni salones porque se los había llevado el río, pero los profesores, tan humildes como sus estudiantes, se tomaban en serio aquello de que "hay que enseñar bien asi sea poquito".A esa escuela voy de vez en cuando, cada vez está mejor y siempre hacemos  concursos de aviones de papel.