viernes, 14 de mayo de 2010

FELIZ DÍA DEL MAESTRO


Esta escena es normal en el lugar donde vivo: Una profesora, un árbol de mango y muchos estudiantes que huyen del calor. Me gusta quedarme viendo lo que pasa en estas “aulas” sin paredes. Me recuerda el último libro de mi maestro Paulo Freire “A la sombra de un árbol de mango”. Si alguno de ustedes está pensando que fuí estudiante de Freire está en lo cierto y está equivocado. Leí los libros de Freire, los leo aún, He visto sus conferencias, leo con su tono de voz, pero no tuve la alegría de conocerlo personalmente.

Hay tantos maestros en nuestra vida y muchos de ellos no necesitan un aula o una escuela para enseñarnos. La relación entre un estudiante y su maestro no surgió en los salones. Nació en los campos abiertos, en las caminatas, en el compartir la mesa y la aventura. Tal vez, por eso me encanta cuando un maestro lleva a sus estudiantes debajo de los árboles y allí, sin tablero, sin tiza, sin video beam u otro medio más que su voz y su cuerpo comienza a dialogar, a compartir,a enseñar.

A mi me han enseñado mis padres el amor por la lectura, mis hermanos la pasión por enseñar y compartir, mis amigos me han dado lecciones de honestidad y de respeto, los escritores me han enseñado el mundo, mis in-amigos me han enseñado quién soy y hasta dónde puedo llegar y mis maestros ,aún hoy, me siguen enseñando, sobre todo, aquellos que me vieron como un proyecto. Los que se atrevieron a compartir conmigo sus dudas más que sus certezas, sus pasiones más que sus razones.

Cuando era pequeña estudié en un colegio de monjas y el primer día de clase me asusté tanto que comencé a gritar “ yo me quiero ir a mi casa a comer sopa”. No creo que sea necesario contarles que hasta el día de hoy odio la sopa. Así que mi miedo era tal que prefería el brebaje a estar en ese colegio frío y lleno de gente extraña. La rectora del colegio era la Hermana Inesita y fue ella la encargada de hacer de esa niña pataletuda un “ser adaptado” a las circunstancias. Me llevó de la mano a recorrer el colegio y luego de unas cuantas preguntas supo cuál sería el lugar mas adecuado para mí. Terminamos en el teatro del colegio entre las cajas de los disfraces. Allí, mi querida profesora, me encantó eternamente para el mundo de la escuela.

Luego me enseñaron a leer y a tejer, una actividad que aún hoy en día me alegra la vida. La Señora Clarita nos enseñaba crochet mientras, sentadas en el prado, hablábamos de la vida, de nuestras dudas, comentábamos situaciones, cantábamos. Ella tenía a su hijo pequeño enfermo de leucemia y, sin embargo, era una mujer de gran energía. A veces lo llevaba con ella y nosotras le abríamos un espacio para que se divirtiera con nuestros chistes y nuestras canciones. Aprendí más de la vida con esas clases de manualidades que en tantos cursos de filosofía posteriores.

En bachillerato tuve un solo profesor de biología y a ese profesor le debo mi mayor apasionamiento por el tema. Él amaba lo que hacía. Se le notaba en la forma en que explicaba, en su cuidado con los detalles, en las historias que contaba, en el modo de animar a sus estudiantes a que supieran más pero no por la nota. De inmediato quise ser como él, saber lo que él sabía.

Fueron y han sido muchos mis maestros, estos que acabo de mencionar son sólo unos pocos. He tenido maestros retadores al punto de hacerme estudiar sólo por el placer de contradecirlos, maestros incendiarios que me han llenado de pasiones y me han llevado a escribir o a actuar para demostrar mis ideas, maestros eruditos y generosos, maestros desencantados que casi me duermen en sus clases monocolor. Maestros humanos, rígidos, desesperanzados, sarcásticos, tristes, distraídos, Todos ellos me han enseñado algo, unos de modo inmediato, otros con el tiempo, con la reflexión.

Ahora yo soy maestra, los he sido por mas de veinte años y me gusta mucho esta profesión. He sido, a lo largo de mi carrera ,todos esos maestros que menciono, los buenos y los no tan buenos y todavía hoy me olvido de los nombres de mis estudiantes, pero no de sus caras. Cuando los encuentro casados, con hijos, mas gordos, mas viejos, mas calvos, mas elegantes, yo sólo veo los jovencitos que se sentaban en mi salón o debajo de un árbol a conversar conmigo y a hacer preguntas y espero que una de esas charlas haya sido lo suficientemente significativa como para acompañarlos en sus vidas

3 comentarios:

  1. Que bonito leer esa experiencia que ha tenido con sus profesores y la que tiene ahora que lo es.Y es que un maestro tiene el poder de que se le recuerde, rompiendo el espacio y el tiempo.Maestro cómo quieren que se le recuerde?
    Feliz día para usted también.
    Mariela

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias. Es cierto eso del recuerdo.si los maestros hicieramos conciencia de que seremos memorados y memorables tal vez trabajaríamos como haciendo obras de arte

    ResponderEliminar
  3. Marthica, ves como te deje conectada con mis estudiantes... gracias por este interaprendizaje...

    ResponderEliminar