jueves, 28 de julio de 2011

Yo no nací lectora, a mí, me hicieron lectora

Yo no nací lectora, a mi me hicieron lectora




Cuando yo era adolescente leía revistas para jovencitas, me encantaban. Allí encontraba artículos sobre mis cantantes favoritos, sobre maquillaje, moda y uno que otro cuento de Corin Tellado que ahora lamento haber leído. De vez en cuando estas revistas traían historias de viajes y fotos de ciudades y lugares que me fascinaban. Claro que estas revistas estaban en la misma cesta con las de la Nacional Geographic, Condorito, el Pato Donald y con las de Mecánica Popular y el Magazín de El Espectador. En mi casa había una canasta de revistas que tenía todos los intereses de la familia y todos leíamos sin discriminación, también había una biblioteca donde se guardaban los libros serios y costosos


Un día, se me ocurrió la idea de llevar a mi colegio una revista en la que aparecía mi ídolo del momento. Mis amigas la circularon silenciosamente en la clase de religión. Pasó lo que era previsible; la profesora, la hermana Matilde,* descubrió la revista y la confiscó. Durante todo mi bachillerato había visto a las profesoras confiscar revistas y hacer anotaciones en el controlador de clase: En esos tiempos, llevar revistas a clase equivalía a tener un Black Berry en el salón. Llevar cosas que no estuvieran programadas en clase estaba prohibido y por tanto resultaba divertido hacerlo.

Unas semanas después descubrí algo que me asombró. Una profesora necesitó enviar un mensaje a otra que estaba, en ese momento, en el cuarto de costura y bordado y me envió a mí. Yo estudiaba en un colegio de monjas y había una división entre el espacio de las estudiantes y el de las novicias. Esta vez yo debía ir al espacio del noviciado y llevar la nota. Al entrar al salón de costura ví, en una canasta, al menos veinte revistas y entre ellas la mía. En el círculo de bordadoras había una novicia leyendo, para todas, un artículo de una de las revistas. Entregué el mensaje y salí de allí transformada pues descubrí que las religiosas también leían cosas superfluas, que no todo era leer la Biblia. Cuando le conté a mi madre ella me dijo “pero claro si ellas también son humanas, también tienen derecho a divertirse”. “Si, pero a nosotras no nos dejan divertirnos” -rezongué yo- “Bueno es que si no prohíben las revistas entonces les toca comprarlas a ellas” dijo sabiamente mi madre y era cierto.

No sólo era cierto por lo perverso de prohibir para poder incautar, sino por el asunto de que leer era una diversión. Al menos así era en mi mundo. Semanalmente mis padres compraban el periódico dominical y su llegada era una alegría porque cada uno tomaba una sección y leía empijamado hasta la hora del desayuno. Cada ocho días mi padre nos compraba también los comics favoritos de cada uno y mensualmente recibíamos revistas que se intercalaban, un mes de mecánica, otro de la Nathional Geografic o del Readers Digest. Mi padre no tenía mucho dinero pero sí un presupuesto para que todos nos divirtiéramos leyendo.

Cuando las lecturas se acababan yo podía alquilar, en la tienda de la esquina y por un peso, comics de una gran variedad. Yo ahorraba de mi mesada para poder leer todos esos pequeños folletitos colgados de una cuerda y muchas veces los intercambié por los míos sin que mis padres se dieran cuenta.

En algún momento de mi niñez Colcultura sacó una colección de libros a tres pesos, era un cifra muy económica y el material con que estaban hechos era muy barato, sin embargo, allí venían los clásicos de narrativa y poesía y ,en ocasiones, antologías de cuentos por países. En mi familia comenzamos a coleccionar y a leer estos libritos  que cabían en cualquier bolsillo o cartera. Recuerdo a mi padre leyendo en la fila del banco mientras esperábamos nuestro turno para consignar.

En todas partes vendían libros. No recuerdo haber entrado a una librería en mi niñez. Pero en la papelería y en las tiendas de regalos había libros. También en los almacenes de cadena y en los quioscos de revistas. Mi padre tenía la costumbre de regalarnos libros para celebrar nuestro cumpleaños o el comienzo de las vacaciones.

En la televisión los personajes leían, incluso había un personaje que era un viejo libro sabio y otro que se llamaba “el libro gordo de Petete” que nos dejaba siempre con la idea de que en los libros estaba todo lo que quisiéramos saber. Había concursos para niños lectores y series basadas en libros clásicos.

Si pienso ahora en ese tiempo es inevitable concluir que fue mi entorno el que me hizo lectora. Mi familia y la sociedad del momento pensaban que leer era divertido y me enseñaron a gozar con la lectura y a leer en mi tiempo libre.

Ahora, en este 2011 el asunto en mi país ha cambiado. Tenemos graves problemas porque los niños y los jóvenes no leen en la escuela ni fuera de ella. Yo creo que no es su responsabilidad porque nuestra sociedad olvidó ser lectora. Ya no hay libros de colecciones populares apoyados por las oficinas de cultura, excepto por el programa de “Libros al viento” lanzado por Bogotá hace 5 años , o,  por la macondianas iniciativas particulares del Biblio Burro o del hombre que en la costa lleva una carreta cargada de libros para prestarla en parques y plazoletas y que son solo bellas quijotadas de individuos que aman la lectura y no aceptan que el estado no apoye la formación de nuevos lectores.

Los libros en mi país son muy costosos, con un salario mínimo (535.600 pesos) es imposible comprar un libro (cuyo precio oscila entre 40.000 a 50.000 mil pesos). Además, las bibliotecas son escasas y tienen horarios cruzados con los de las actividades laborales y estudiantiles. No hay bibliotecas abiertas  todo el día o después de las seis de tarde. Los escritores nacionales no son apoyados para que haya posibilidad de que sus obras se consigan a precios menores. Las bibliotecas de los colegios públicos son paupérrimas y, a veces, los libros permanecen en cajas, pues al no ser bienes deleznables, los bibliotecarios prefieren no prestarlos para no responder ellos por el material que se pierde.

Me alegra decir que esto que pasa en mi país no pasa en otros en los que aún hay libros económicos, las casetas están llenas de ofertas y el mercado del libro de segunda es próspero y asegura lectores. (En Buenos Aires un libro de Borges puede costar, nuevo, el equivalente a 10.000 pesos colombianos y de segunda 5.000 pesos) Apenas hace un mes, en el subterráneo de Buenos Aires, se regalaron miles de libros de Ernesto Sábato.

Algún día espero que la lectura y la animación a la lectura sean planes de la sociedad colombiana. Mientras tanto, cualquier iniciativa será sólo una gota de agua en la arena. Se trata de recuperar a una sociedad que se divierta leyendo y que haga de la lectura un plan personal para el tiempo libre, así cuando los niños lleguen a la escuela y las maestras les asignen lecturas, leer historia o ciencia será más fácil porque el gusto, que es la esencia del éxito de las actividades, estará  predispuesto.

Ahora que termino esta reflexión me queda la imagen de las pobres novicias contemporáneas, solas, bordando y leyendo revistas de hace veinte años porque ya las niñas no llevan nada para leer a escondidas en el colegio.

*Nombre cambiado para protegerme de un tirón de orejas de la verdadera “hermana Matilde” a quien, aún después de treinta años, temo hasta el dolor de estómago.






























3 comentarios:

  1. Tal vez yo no habite estos espacios de lectura..., lo mio fue la oralidad... pienso que también un poco escuchar a otro contar historias o escucharlas recreadas en un disco. Es tan divertido que así no hayan muchos libros, ni texto escritos alrededor tuyo, podrás tener una ventana para querer seguir tejiendo historias... tal vez eso fue lo que me salvo de perecer en la fatua realidad.

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. Martha que sorpresa tan agradable encontrar esta entrada, me divertí montones leyéndola! así, como también al final, me avergoncé y me entristecí bastante. Es lamentable y desesperanzador lo que dices con respecto a la cultura del libro en nuestro país. He podido ver y respirar la bella relación que muchos de los argentinos tienen con esos textos mágicos y sagrados que son los libros. Debo confesar que me es impensable eso en Colombia (tu lo pudiste vivir, yo tristemente no lo puedo ni imaginar)
    Me hace feliz que existan personas como tu que con su ejemplo y amor a leer y contar historias logren salvar a algunos cuantos de las garras de la mediocridad y ceguera con que nos envuelven los medios día a día. Muchas gracias Martha por salvarme de la indiferencia, espero poder ayudar a unos cuantos así como tu lo hiciste conmigo. Y que reflexiones como están de a poco calen en la conciencia colectiva.
    Fuerte abrazo desde Buenos Aires.

    ResponderEliminar