martes, 17 de enero de 2012

Declaración de principios 1: El amor




Pegada en mi nevera hay una notita casi desteñida que tiene tres palabras escritas en tinta verde: Humildad, constancia y deseo. Detrás de la puerta de mi baño hay otra nota en papel rosado “Existen seis componente sin los cuales el diálogo no es posible: 1.El amor.2. La humildad. 3. La fé en la humanidad. 4. La confianza.5.La esperanza. 6. El pensar crítico. P.Freire.” En mi escritorio, con marcador rojo y en una ficha bibliográfica hay una nota más: "Recuerde respirar". He estado pensando que en esas tres notas está condensada una declaración de principios de mi vida como maestra.

Hoy quiero hablar de la cita de Freire. A este pensador no lo leí en las aulas de la Universidad Pedagógica. Muchos años después de mi grado como licenciada tuve la alegría de estudiar una especialización en docencia universitaria con profesores de la universidad de la Habana y encontré a Freire mencionado en un módulo sobre comunicación en el aula. Tal vez Freire sea uno de los autores que más cito cuando escribo.

La nota rosada que está en la puerta de mi baño es, a mi parecer, la condensación del acto pedagógico y, tal vez, la esencia del mismo. Sin embargo, muchas de las palabras que hay allí no se mencionan en las facultades que forman profesores y, creo yo, resulta esencial meditar sobre lo que implica cada una de estas seis condiciones para posibilitar el diálogo, que, en el fondo, es el acto mediante el cual se educa desde la perspectiva freireana.
El amor es la palabra más difícil de abarcar cuando se habla de pedagogía, no solo porque implica perspectivas morales, sino porque tiene tantas variantes y acepciones y, por supuesto, porque desde los griegos hasta el día de hoy el vínculo entre maestros y estudiantes ha pasado por todas esas acepciones. Creo yo que el amor como elemento distintivo de la especie homo, tiene que ver con un modo de establecer los lazos que nos unen como sociedad. Como especie aprendemos por medio del juego y del amor, entendido como cuidado del otro, como cultivo, como reconocimiento e incorporación. El amor nos permite descentrarnos para pensar en el otro, para querer comprenderlo antes de juzgarlo

Si Freire considera al amor como esencial en el diálogo es porque dialogar es un ejercicio difícil. Tiene que ver con mostrar la diferencia, con exponer el pensamiento y, a veces, todo aquello que no sabemos y tememos reconocer que no sabemos. En el diálogo hay mucho de silencio verbal y mucho de otros lenguajes. Las miradas, los tonos, los énfasis pueden ser claves y son todos ellos generadores de emociones, sin el amor el diálogo podría naufragar en el resentimiento, en el miedo y en la interpretación acomodada y prejuiciosa.

Pestalozzi y Rousseau descubrieron el amor como elemento crucial para educar. Ellos vieron de qué modo el vínculo entre el maestro y el estudiante se fortalecía en tanto el maestro tuviera la capacidad de amar a sus aprendices. Los niños expósitos de Pestalozzi aprendieron a convivir alrededor de una mesa mientras en las cena platicaban con su profesor y descubrían que alguien los escuchaba y los cuidaba. Emilio respeta a su maestro gracias al contrato implícito que hace Rousseau con él “yo seré tu maestro y me comprometo a dar lo mejor de mí para tu aprendizaje, tu serás mi estudiante y estas comprometido a dar lo mejor de ti”.
Un amor fraterno, fuerte, con esperanza en la capacidad del otro. Un amor que cultiva, en el sentido de que comprende que la educación permite la formación y que esa formación se genera en el contacto de generaciones. Un amor responsable que sabe de la importancia de enseñar y no se toma a la ligera lo que es esencial.
Un amor que permite saber que nuestros estudiantes pueden llegar a obtener sus metas, que algunos tienen ritmos diferentes y tendrán que esforzarse más, que otros necesitan saber en qué están fallando y por tanto debemos hablarles con sinceridad, sin crueldad pero de modo que ellos puedan verse a sí mismos. Un amor que sepa que hay futuro y que cualquier persona puede aprender y desaprender.
No es amor dejar que el estudiante se suma en la desidia, que no se esfuerce, que tome el camino fácil, que se preocupe exclusivamente por obtener notas para sus promedios. Tampoco es amor mirar al otro con desesperanza. Las frases “es que con estos muchachos ya no hay nada que hacer” ,“es que son tan terribles” son producto de un mundo que no ha amado a sus niños, que los ha dejado solos. Hace poco escuché a dos estudiantes hablando de un amigo suyo al que le había tocado muy duro en la vida; ¿por qué?, les pregunté y ellos me contaron que aquel muchacho tenía padres pero que ellos trabajaban todo el tiempo y al joven le había tocado crecer frente al televisor y cuidado por empleadas. ¿Y qué es lo difícil? Pregunté. Pues que estaba y está solo me respondieron los muchachos.


Freire, Pestalozzi, Rousseu, Vigotsky y muchos otros pedagogos lo descubrieron hace mucho tiempo: Educar es acompañar.

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